Cuando "cogí" el avión definitivo sentí un alivio que no os imagináis.
El avión que me tenía que llevar a Auckland era de los que yo llamo atómicos porque tenía de todo para entretenerme.
Cada asiento tenía su pantallita de televisión individual con juegos, películas, series de televisión y música "a tutiplén". Vamos que con tu propio mando a distancia podías sentirte con un gran poder en tus manos, algo de agradecer teniendo en cuenta que tenía que pasarme ahí dentro unas 27 horas.
Sin duda varios son los puntos a tener en cuenta cuando tienes que viajar solo y durante largo tiempo.El concepto qué hacer mientras tanto es algo importante en estos casos y por suerte, como ya he dicho, eso no fue gran problema.
Otra cuestión es cúal será mi asiento. Que si pasillo, que si ventana...Lo típico.
Mi asiento era el 56J. La letra J me suscitó la palabra "jodido" (sí, ya sé que no soy muy fina) y lo cierto es que, mágicamente o no, el sitio que me tocó se ajustaba bastante a esa descripción porque lo peor que te puede pasar en un vuelo de casi 27 horas es que tu asiento sea el del centro. Vamos que ni puedes gozar de las vistas que ofrece la socorrida ventana ni puedes salir a darte una vuelta o al lavabo sin molestar a nadie si es que te sientas en el pasillo. Una cacarruta en toda regla.
Pues bien, aunque el qué hacer y el cual será mi asiento son importantes lo definitivo para que tu viaje no sea un horror es el punto quien me va tocar a mi lado. Este punto puede, bien anular las ventajas conseguidas en los puntos anteriores, o compensar tu mala suerte con los mismos.
Osea, que puede darse el caso de caer en el asiento del medio y no tener más que pelis coreanas para ver, pero que te toque alguien agradable como compañero y hasta pases un buen viaje. O lo contrario, te toca la ventana( que es lo que más me gusta), tienes un cartel de cine que ya quisieran muchos festivales pero tu compañero es alguien salido del infierno. Un ser humano desagradable que se mueve a golpes, hace ruidos con sus fosas nasales y huele a gato muerto. Conclusión: prefiero el primero de los casos expuestos.
Mi caso en este viaje fue a caballo entre estas posibilidades.
Mi compañero de la ventana era un inglés de unos cincuenta y tantos que olía bien y se dirigía a Los Angeles para ver a su pareja. Calzaba botines puntiagudos de color marrón y llevaba una camisa de color rosa.
Mi compañero del pasillo, mi aduanero, era un granjero neozelandés de más de sesenta años. Llevaba un bigote desaliñado, suéter marrón y pantalones de pana. No llevaba las botas cachondas del inglés sino unas bambas de color negro con cordones blancos, olía a algo que no sé definir pero que no era muy agradable y retornaba a Nueva Zelanda después de haber enterrado a su padre.
Ambos tenían ojos azules.
El tipo inglés hablaba con un acento que, milagrosamente, podía entender casi en su totalidad. El neozelandés tenía un acento que hizo cuestionarme mi supervivencia en su país.
El tipo inglés hablaba, charlaba conmigo de forma relajada, sin forzar la situación. El neozelandés, no en pocas ocasiones, me golpeó el brazo para señalarme algo que a él le parecía muy gracioso mientras en su idioma del carajo me lo explicaba.
El inglés se bebió un zumo de manzana y un par de 7'ups mientras que el neozelandés se cascó media docena de latas de cervezas.
El inglés se despidió de mi en Los Angeles. El neozelandés estuvo a mi lado las 27 horas del viaje.
El hombre neozelandés era "agradable en general" pero era de ese tipo de gente que se cree muy graciosa. Por ejemplo, después de ni sé las horas de vuelo, venía la azafata a ofrecer agua y el tío decía "Yes, please" y en lugar de coger uno de los vasos que ofrecía la señora y esperar a que se lo rellenara el tipo ofrecía su lata de cerveza vacía como si fuera una gracia. Al final en realidad no quería agua y podías ver como la azafata se contenía para no enviar al buen hombre a la mierda.
En alguna ocasión opté por hacerme la dormida para que no me dijera nada. Sí lo confieso, ¿pero cómo estariáis vosotros con alguien así después de 20 horas? Pues un poco hasta las pelotas, hablando en cristiano raso.
Cuando llegamos a Los Angeles los americanos, y ahí quiero llegar yo, te esperan con sus leyes aduaneras de las narices. Osea, que llegas a suelo americano y tienen que ficharte no sea que, por intervención divina, puedas salir de la sala donde te meten y te instales en su país ilegalmente.
Sales del avión después de 14 horas y tu recibimiento es a cargo de una robusta mujer negra que, aunque sospechas que es hip-hopera en su tiempo libre, viste falda y americana y está allí puesta para decirte, a gritos, que te instales en la fila 1 si te quedas en Los Angeles o que vayas a la fila 2 si estás de parada técnica. Lo hace a gritos.
Como si fuéramos ganado a punto de caramelo para el matadero, la mayoría de los pasajeros nos quedamos en la maldita fila 2. La fila que conduce a la triste sala de espera que puedes observar mientras la rapera sigue con su matraca. La situación es bastante surrealista porque para ti es "tu segunda tarde del día" y estás agotado. Para la rapera somos muñecos sin alma y no personas que venimos del otro lado del océano atlántico. No piensa en personas que, como en mi caso, han hecho este trance junto a un hombre neozelandés que podrías asesinar a sangre fría. A la rapera le importa un huevo si has hecho el viaje junto a ese tipo o junto a un orco salido de la peli del Señor de los Anillos. De hecho seguro que hasta tiene instrucciones claras sobre la matraca que tiene que pegar. Y punto.
Pues después de la rapera viene la sala de los selladores de pasaporte. Esta gente te ponen el sello que dice: Vale, has llegado a nuestro país y te dejamos que lo pises con tus miserables pies durante dos horas. Bueno, en el sello no pone eso pero podría ponerlo.
Durante el proceso de "sellado" tienes que permanecer en filas hasta que el tipo que te toque revise tus papeles (que rellenas previamente en el avión), confirme tu pasaporte y te fiche a través de tus huellas dactilares (todas) y tu escaneado de iris.
El tipo que me tocó se llamaba Antonio y en un castellano de lo más borde y metálico me empieza a dar órdenes. Quizá el buen hombre pensó que hablándome en castellano me haría sentir "más mejor" pero lo cierto es que me pareció un puto jilipollas. Con todas las letras. Cuando me fui le dije: gracias Antonio...
En fin, después de la pequeña peregrinación hacia el sellado finalmente llegas hasta la triste sala que ya conocías y que los americanos han tenido la bondad de surtir de frutas y aperitivos gratuitos variados.
No tan grave si no fuera porque allí te encuentras con tu compañero neozelandés y porque después de este trance aún te quedan 13 horas más de vuelo...
El avión que me tenía que llevar a Auckland era de los que yo llamo atómicos porque tenía de todo para entretenerme.
Cada asiento tenía su pantallita de televisión individual con juegos, películas, series de televisión y música "a tutiplén". Vamos que con tu propio mando a distancia podías sentirte con un gran poder en tus manos, algo de agradecer teniendo en cuenta que tenía que pasarme ahí dentro unas 27 horas.
Sin duda varios son los puntos a tener en cuenta cuando tienes que viajar solo y durante largo tiempo.El concepto qué hacer mientras tanto es algo importante en estos casos y por suerte, como ya he dicho, eso no fue gran problema.
Otra cuestión es cúal será mi asiento. Que si pasillo, que si ventana...Lo típico.
Mi asiento era el 56J. La letra J me suscitó la palabra "jodido" (sí, ya sé que no soy muy fina) y lo cierto es que, mágicamente o no, el sitio que me tocó se ajustaba bastante a esa descripción porque lo peor que te puede pasar en un vuelo de casi 27 horas es que tu asiento sea el del centro. Vamos que ni puedes gozar de las vistas que ofrece la socorrida ventana ni puedes salir a darte una vuelta o al lavabo sin molestar a nadie si es que te sientas en el pasillo. Una cacarruta en toda regla.
Pues bien, aunque el qué hacer y el cual será mi asiento son importantes lo definitivo para que tu viaje no sea un horror es el punto quien me va tocar a mi lado. Este punto puede, bien anular las ventajas conseguidas en los puntos anteriores, o compensar tu mala suerte con los mismos.
Osea, que puede darse el caso de caer en el asiento del medio y no tener más que pelis coreanas para ver, pero que te toque alguien agradable como compañero y hasta pases un buen viaje. O lo contrario, te toca la ventana( que es lo que más me gusta), tienes un cartel de cine que ya quisieran muchos festivales pero tu compañero es alguien salido del infierno. Un ser humano desagradable que se mueve a golpes, hace ruidos con sus fosas nasales y huele a gato muerto. Conclusión: prefiero el primero de los casos expuestos.
Mi caso en este viaje fue a caballo entre estas posibilidades.
Mi compañero de la ventana era un inglés de unos cincuenta y tantos que olía bien y se dirigía a Los Angeles para ver a su pareja. Calzaba botines puntiagudos de color marrón y llevaba una camisa de color rosa.
Mi compañero del pasillo, mi aduanero, era un granjero neozelandés de más de sesenta años. Llevaba un bigote desaliñado, suéter marrón y pantalones de pana. No llevaba las botas cachondas del inglés sino unas bambas de color negro con cordones blancos, olía a algo que no sé definir pero que no era muy agradable y retornaba a Nueva Zelanda después de haber enterrado a su padre.
Ambos tenían ojos azules.
El tipo inglés hablaba con un acento que, milagrosamente, podía entender casi en su totalidad. El neozelandés tenía un acento que hizo cuestionarme mi supervivencia en su país.
El tipo inglés hablaba, charlaba conmigo de forma relajada, sin forzar la situación. El neozelandés, no en pocas ocasiones, me golpeó el brazo para señalarme algo que a él le parecía muy gracioso mientras en su idioma del carajo me lo explicaba.
El inglés se bebió un zumo de manzana y un par de 7'ups mientras que el neozelandés se cascó media docena de latas de cervezas.
El inglés se despidió de mi en Los Angeles. El neozelandés estuvo a mi lado las 27 horas del viaje.
El hombre neozelandés era "agradable en general" pero era de ese tipo de gente que se cree muy graciosa. Por ejemplo, después de ni sé las horas de vuelo, venía la azafata a ofrecer agua y el tío decía "Yes, please" y en lugar de coger uno de los vasos que ofrecía la señora y esperar a que se lo rellenara el tipo ofrecía su lata de cerveza vacía como si fuera una gracia. Al final en realidad no quería agua y podías ver como la azafata se contenía para no enviar al buen hombre a la mierda.
En alguna ocasión opté por hacerme la dormida para que no me dijera nada. Sí lo confieso, ¿pero cómo estariáis vosotros con alguien así después de 20 horas? Pues un poco hasta las pelotas, hablando en cristiano raso.
Cuando llegamos a Los Angeles los americanos, y ahí quiero llegar yo, te esperan con sus leyes aduaneras de las narices. Osea, que llegas a suelo americano y tienen que ficharte no sea que, por intervención divina, puedas salir de la sala donde te meten y te instales en su país ilegalmente.
Sales del avión después de 14 horas y tu recibimiento es a cargo de una robusta mujer negra que, aunque sospechas que es hip-hopera en su tiempo libre, viste falda y americana y está allí puesta para decirte, a gritos, que te instales en la fila 1 si te quedas en Los Angeles o que vayas a la fila 2 si estás de parada técnica. Lo hace a gritos.
Como si fuéramos ganado a punto de caramelo para el matadero, la mayoría de los pasajeros nos quedamos en la maldita fila 2. La fila que conduce a la triste sala de espera que puedes observar mientras la rapera sigue con su matraca. La situación es bastante surrealista porque para ti es "tu segunda tarde del día" y estás agotado. Para la rapera somos muñecos sin alma y no personas que venimos del otro lado del océano atlántico. No piensa en personas que, como en mi caso, han hecho este trance junto a un hombre neozelandés que podrías asesinar a sangre fría. A la rapera le importa un huevo si has hecho el viaje junto a ese tipo o junto a un orco salido de la peli del Señor de los Anillos. De hecho seguro que hasta tiene instrucciones claras sobre la matraca que tiene que pegar. Y punto.
Pues después de la rapera viene la sala de los selladores de pasaporte. Esta gente te ponen el sello que dice: Vale, has llegado a nuestro país y te dejamos que lo pises con tus miserables pies durante dos horas. Bueno, en el sello no pone eso pero podría ponerlo.
Durante el proceso de "sellado" tienes que permanecer en filas hasta que el tipo que te toque revise tus papeles (que rellenas previamente en el avión), confirme tu pasaporte y te fiche a través de tus huellas dactilares (todas) y tu escaneado de iris.
El tipo que me tocó se llamaba Antonio y en un castellano de lo más borde y metálico me empieza a dar órdenes. Quizá el buen hombre pensó que hablándome en castellano me haría sentir "más mejor" pero lo cierto es que me pareció un puto jilipollas. Con todas las letras. Cuando me fui le dije: gracias Antonio...
En fin, después de la pequeña peregrinación hacia el sellado finalmente llegas hasta la triste sala que ya conocías y que los americanos han tenido la bondad de surtir de frutas y aperitivos gratuitos variados.
No tan grave si no fuera porque allí te encuentras con tu compañero neozelandés y porque después de este trance aún te quedan 13 horas más de vuelo...
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