jueves, 8 de abril de 2010

Me vuelvo a Barcelona.

Hoy a las 18:50 despega mi avión de retorno a Barcelona. Bueno, despegará a esa hora siempre y cuando Easy Jet y su impuntualidad no hagan de las suyas...
Ya tengo hecha la maleta y sólo me quedan unas horitas hasta acercarme a la parada del bus y coger el número 10. He quedado con Marc en el aeropuerto para hacer allí un último café.
Confieso que con estas situaciones siempre tengo unos sentimientos enfrentados y nunca sé si lo mejor sería no hacer nada al respecto e irme sin despedidas de ningún tipo. A veces preferiría llegar tranquilamente y tomarme un café sola ante mi puerta de embarque o, mejor aún, llegar con el tiempo justo para, casi sin detenerme más que lo justo, acabar sentada en mi sillón con el cinturón abrochado y despegar a toda velocidad.
Al final prefiero tomarme el último café con Marc aunque, por más que lo intente, no sea un momento del todo agradable para mí. Ni para él. Me tomo ese café y sé que no hay para tanto. Sé que en nada lo volveré a ver. Sé que en nada regresaré a Ginebra. Sé muchas cosas pero también sé que no sé muchas otras. Mis sentimientos se enfentan en una batalla entre lo que sé y lo que no sé. A veces preferiría simplemente dejar de pensar. A menudo el último café es más triste de lo que ambos desearíamos y mi verdadera despedida con Marc se produce momentos más tarde. Se produce cuando ya no le veo y mi avión se despega del suelo. Me arrepiento entonces del último café y miro cómo las casitas y los campos se hacen pequeños. Sé que Marc está allí abajo. Posiblemente ya montado en su bicicleta. Pienso entonces que él me imagina a mí también pequeñita, dentro de mi avión. Pienso que él también lamenta un poco el último café. Miro de nuevo las casitas y un pensamiento parecido a un susurro se formula en mi mente.

"Adéu animalet, sé que t'anyoraré molt..."

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