
La prueba del delito: una pequeña pelota de goma verde. Sí, de esas que no paran de botar. Su propietario un crío de segundo curso del que no recuerdo ni su nombre.
Cuando le confisco la pelotita ni rechista. Tampoco parece muy afectado. Todo pasa durante la última hora del día. Tocan las 5 de la tarde. Cierro el gimnasio. Camino hacia la puerta del cole y me cruzo con el propietario de la pelotita de la discordia. Se despide de mí con una sonrisa. "¡¡Adéu Bego!!" Conclusión: la pérdida de su pelota le importa un comino. Y encima le he caído bien...
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