Todo el fin de semana nos ha acompañado el sol y ayer, pese al frío, hasta cometimos la bravuconada de tirarnos al lago después de una media hora de carrera. Confieso que, con la impresión, debí sufrir lo más parecido a una miniparada cardíaca pero reconozco que fue divertido. Después estuve tiritando un buen rato y no se me paró el tembleque hasta que nos tomamos una sopa caliente en el restaurante de los baños de Paquis.
Recuerdo que, antes de saltar al agua, una chica allí sentada nos dijo:"¿De verdad que pensáis saltar?
La chica resultó ser de Barcelona y nos reconoció por ésto de hablar catalán mientras nos quitábamos la ropa ante el asombro de parte del público allí congregado.
La chica llevaba bambas lilas, chaqueta lila también y miraba el lago con esa mirada que a veces todos ponemos y que no es otra que la de mirar algo a conciencia cuando en realidad no quieres mirar a ningún sitio. Parecía francamente hastiada. Resulta que llevaba cinco años en Ginebra y nos confesó que, ayer precisamente, estaba muy harta de seguir en Suiza. Trabajaba como productora televisiva, parecía tener sentido del humor pero, pese a morir de ganas por hacerlo, decidió no dar más detalle de su descontento. Quizá porque tampoco hacía falta o quizá porque sólo pensó que éramos un par de extraños a los que su historia no nos habría importado un pimiento.
Le ofrecimos chocolate y, antes de marcharnos a por la sopa, la invitamos a hacernos compañía. ¿Por qué no? Ella pareció agradecida pero declinó la invitación a través de contrainvitarnos dentro de un rato a su reunión con un amigo suyo que, en poco tiempo, debía llegar. Nosotros finalmente no aparecimos en dicho lugar y ahí quedó esa posibilidad de conocer a alguien nuevo que, por su semblante, parecía más interesada en nuestra compañía de lo que sus actos dijeron finalmente. Quizá tanto como el nuestro. Una pena...
Recuerdo que, antes de saltar al agua, una chica allí sentada nos dijo:"¿De verdad que pensáis saltar?
La chica resultó ser de Barcelona y nos reconoció por ésto de hablar catalán mientras nos quitábamos la ropa ante el asombro de parte del público allí congregado.
La chica llevaba bambas lilas, chaqueta lila también y miraba el lago con esa mirada que a veces todos ponemos y que no es otra que la de mirar algo a conciencia cuando en realidad no quieres mirar a ningún sitio. Parecía francamente hastiada. Resulta que llevaba cinco años en Ginebra y nos confesó que, ayer precisamente, estaba muy harta de seguir en Suiza. Trabajaba como productora televisiva, parecía tener sentido del humor pero, pese a morir de ganas por hacerlo, decidió no dar más detalle de su descontento. Quizá porque tampoco hacía falta o quizá porque sólo pensó que éramos un par de extraños a los que su historia no nos habría importado un pimiento.
Le ofrecimos chocolate y, antes de marcharnos a por la sopa, la invitamos a hacernos compañía. ¿Por qué no? Ella pareció agradecida pero declinó la invitación a través de contrainvitarnos dentro de un rato a su reunión con un amigo suyo que, en poco tiempo, debía llegar. Nosotros finalmente no aparecimos en dicho lugar y ahí quedó esa posibilidad de conocer a alguien nuevo que, por su semblante, parecía más interesada en nuestra compañía de lo que sus actos dijeron finalmente. Quizá tanto como el nuestro. Una pena...
Fíjate, yo no me he bañado nunca en invierno en el lago, no hubiera sobrevivido.
ResponderEliminar