lunes, 1 de febrero de 2010

Hoy.

Hoy me he levantado dispuesta a hacer de este día un día cojonudo. Así de simple.

Me he levantado antes de las 10 de la mañana, he preparado mi mochila para la piscina, he comprado el periódico y me he acercado hasta la cafetería de la rue Voltaire para zamparme un pastelillo de manzana. Uno de los buenos de verdad.

Tenía mi periódico y aún era oficialmente temprano cuando resultó que la cafetería de mis sueños estaba cerrada. Todos los lunes lo está y yo sin saberlo.
He ido a otro sitio y allí me he mirado el infumable País de hoy donde lo más interesante resultaba ser el hijoputa que Esperanza Aguirre soltó hace unos días a micrófono abierto. Lo de Haití sigue fatal y en Ciudad Juárez han acribillado a tiros a una docena de chavales por culpa, al parecer, del narcotráfico.
Pese a todo mi croissant de chocolate y mi chocolat chaud estaban de vicio y nada ha detenido mis ganas de echar unos largos y de conseguir que mi día fuera cojonudo.

Camino de la piscina, y a la altura de la comisaría de nuestra calle, me cruzo con una chica que lloraba desconsoladamente. Yo me paro y, en mi inglés, le digo si necesita ayuda. La chica, quizá sólo algo más joven que yo, me contesta en un inglés que, sumado a su aspecto, me confirma que no es suiza. Su piel era blanquísima, su nariz prominente y su semblante y belleza de ese tipo que no adivino a acertar pero que no puedo negar como evidente. Seguramente era una chica de Europa del Este. Lloraba mucho y me ha dado pena por ella. Le he vuelto a preguntar si necesitaba algo y si se encontraba bien y me ha mirado a los ojos, esta vez sí, y me da dicho un no con un gesto que sólo por una fracción se segundo habria sido un sí. Quizá al final sólo pensó que era una desconocida y que no tenía sentido pararse conmigo...

Ella se ha alejado, su cuerpo lo ha hecho, y yo he proseguido mi camino hacia la piscina pensando en el tiempo que hacía que no veía a alguien adulto llorar así en la calle.
Pensando en ello me he dado cuenta de lo triste que uno tiene que estar para desprotegerse ante todos de esa manera. Pensaba que esas Licencias para llorar en público, por otro lado tan saludables, sólo las concedemos a los niños, a los locos y a los mendigos. Los que lloran por desesperación o por inconsciencia.

Mientras en la piscina echaba mis primeros largos pensaba si alguién más se habría detenido por aquella chica. Pensaba si en realidad su problema era sólo que algún capullo la había hecho daño. Si lo que pasaba es que ese mismo capullo se estaba tirando a otra. Pensaba si en ese instante la chica se encontraba ya junto a alguien cercano a quien contarle lo sucedido. Quizá con suerte ya se reía sobre el capullo en cuestión y hasta se acordaba de mi: "¿Y sabes? Una tía con un gorro naranja horrible se ha parado a ver qué me pasaba..." "Uy seguro...¡a lo peor era tortillera!"
Pensaba en ese final y no en otro. Otro en el que mi chica sigue llorando y no tiene a nadie que le dé consuelo. Como me ha gustado más el primero, he conseguido olvidarme de mi chica y seguir con mi intento de natación robotizada.
Al final el día ha estado muy bien. Tanto que hasta quizá hoy me apunte a francés. ¿Qué os parece? Pues cojonudo. Lo que yo decía.

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