martes, 26 de enero de 2010

Ginebra también asusta.

El otro día, camino de la piscina, tuve un encuentro de lo más escalofriante.
La calle aquel día estaba llena de nieve, hacía un frío de tres pares y la gente estaba muy flamenca. Todo ésto ya os lo expliqué entonces pero lo que no os dije es que en la ventana de un edificio, a la altura del entresuelo, apareció de repente un ser diabólico que, a todas luces, me pareció la mismísima bruja avería en persona. La misma.


El ser diabólico de la ventana portaba una bata de cuadros y una melena grisácea de difícil adiestramiento o, dicho de otro modo, unas señoras melenas que ni Chiwaka tras sufrir un accidente en la cocina. Su piel era extremadamente blanca y sus ojos parecían dos canicas de cristal. Creo que además no tenía cejas y, aún hoy, no puedo acertar a definirla como bruja o brujo pues a estas alturas, creedme, aún no sé si se trataba de un hombre o de una mujer.

A todo ésto, yo me encontraba en la acera de en frente haciendo fotos de las nieves ginebrinas hasta que, en un momento dado, mis ojos se cruzaron con los suyos. Sólo entonces me di cuenta de que el ser diabólico movía los dedos de las manos de una forma que, dadas las circunstancias, era incapaz de definir pues no sabía si simplemente movía así los dedos por el frío o porque estaba a punto de dispararme un rayo maléfico con encantamiento incluído.

En ese mismo instante y por si las moscas, decidí aligerar el paso, eludir echarle una foto y esquivar sus rayos malvados que, de bien seguro, me habrían convertido, por lo menos, en algo tan horrendo como ésto:


Cosa que habría sido un triste final para un día tan bonito.

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