Esta entrada versará sobre esas pequeñas (y no tan pequeñas) criaturas que comparten con nosotros este mundo, la comida de la mesa y, a menudo, nuestra propia sangre...
Esta entrada no intentará dar cabida a toda la genealogía que esta clase de animal posee pues la tarea sería ardua e imposible para alguien como yo. Aquí, concretamente, hablaré de 4 insectos y de lo que su encuentro ha dado de sí.
Viajemos en el tiempo y remontémonos al viernes de hace casi tres semanas...
Estamos en la víspera de la llegada de Joseba y decidimos cenar en casa con nuestros vecinos Sebastian y Begoña. Hacemos una parrillada como los cánones estivales mandan y todo sale, como diría mi padre, cojonudo.
Me encontraba yo hincando el diente a una chuleta de cordero cuando algo misterioso impactó contra mi brazo. Cosas de una mente absurda como la mía, al sentir el choque no sé porqué me da por pensar en un corcho de vino porque el tamaño y la textura bien parecían a semejante cosa. Pues bien, mientras ese pensamiento majadero corría por mi cerebro, compruebo como el corcho vuelve a impactar de forma repetitiva contra la pared de la terraza. El corcho estaba ciertamente volando y mi brazo empezó a mostrar una picazón que, instantaneamente, materializó dicho corcho en lo que en realidad era: un avispón de casi 3 centímetros.
El insecto chocó conmigo y, de regalo, me picó. Estábamos boquiabiertos en la mesa mientras el avispón seguía impactando violentamente contra la pared cuando Magrans, con la calma que le caracteriza, se levantó, cogió el trapo de la mesa y estampó la visita indeseable contra la pared. Un crugir estruendoso y un tanto desagradable acabó con el vuelo del corcho.
Preguntándonos si tal bicharraco era normal por estas latitudes, decidimos hacer una wikipedia investigación para confirmar que, efectivamente, el bicharraco es europeo y se llama
avispón europeo o
vespa crabro. Yo mejoraría el segundo nombre llamándolo
vespa cabrón porque, tras casi tres semanas después del suceso, la picadura es aún visible y tuve el brazo como un pimiento morrón durante bastante tiempo. Esto le pica a mi hermano Alfredo y tenemos que enterrarlo en el jardín de casa...
Aquí el animalico...
Aquella cena prosiguió sin más inoportunios y yo seguí con mi chuletilla de cordero, dicho sea de paso, un tanto fría después de tanta interrupción.
Días más tarde y con Joseba por aquí, estábamos comiendo en la terraza cuando algo impacta nuevamente contra nuestra pared. ¿Era un avión?¿Era acaso un corcho vino? ¡¡No!! Era un nuevo vespa cabrón. Seguramente un amigo vengador del difunto días antes o un amante dispuesto al suicido por amor.
Yo en esta ocasión cogí a Jone como lo haría una madre palestina al escuchar las sirenas de la ciudad y Marc, con la calma que le caracteriza, volvió a armarse con el trapo de cocina. Tres segundos después, un nuevo crugir estruendoso anunció el fin del avispón vengador.
Este encuentro nos dió la pista sobre la posibilidad de que tengamos una colmena relativamente cerca pero, hasta hoy, no hemos vuelto a recibir visitas de corchos voladores. Esperemos que así sigamos.
Hace unos días y, como no, en la terraza recibimos una nueva visita. Estábamos comiendo cuando literalmente aparece un mosquito gigante. Tal cual. Nosotros estábamos a lo nuestro y decidimos no hacerle más caso pero, estando ya recogiendo los platos, el mosquitazo fue a meterse en casa con la mala pata de encontrar a Joseba en el camino. Éste, rápido y frío, se descalzó la chancleta y soltó un derechazo al mosquito que lo estampó contra el suelo. No sé si el mismísimo Rafa Nadal le habría atizado más fuerte pero el caso es que el mosquito seguía vivo en el suelo. Un poco arrugado pero vivo. No contento con el resultado, mi sobrino remató al pobre usando el balón de Jone y me consta que tuvo que esforzarse...
Tras preguntarnos si tal bicharraco pertenecía a estas latitudes, iniciamos una nueva wikipedia investigación. Descubrimos que, efectivamente, el bicharraco es autóctono, que no es un mosquito y que no pica a nadie. Se trataba de una pobre
típula. Un ser pacífico que seguramente paga más impuestos que la cacarruta de políticos que tenemos en Españistán.
No hemos recibido visitas de típulas vengadoras pero, dado el trato nazi que dimos a la primera, la llegada de un ejército de típulas me parecería hasta justo...
Y por fin hablaré del cuarto insecto.
El día que subimos a Narderans, tras visita reglamentaria al lavabo, descubrí algo misterioso a mitad del muslo derecho. Aunque no daba crédito lo que vi era lo que era. Una pequña (minúscula) garrapata había sorteado el obstáculo de mis pantalones largos y se había anclado a mi piel. Con los pantalones aún en los pies salí al encuentro de Marc para mostrarle el hallazgo. Pese a lo deshonroso de mi estampa, Magrans omitió todo tipo de comentarios e inició una especie de búsqueda absurda por casa para encontrar una herramienta adecuada para arrancarla. A los tres segundos, sin pensarlo, cogí a la intrusa con mis dedos pulgar e índice y la arranqué como lo había hecho antes en cientos de ocasiones con mis perros. Marc dejó de buscar y dijo: "Pues vale...¿Nos vamos al lago?" Y al lago fuimos, efectivamente.
Y hasta aquí esta extensa (lo sé) entrada sobre la caprichosa convivencia con estas criaturitas de la creación.