Ayer nos disponíamos a salir de casa para comer unas lentejas en casa de Rodrigo (otro espía) cuando descubrimos que (¡Oh, cielos!) nos quedaban sólo 4 pañales. Domingo, a punto de comer lentejas y sin pañales para Jone. ¡Alerta máxima!
Marc, raudo y veloz, salió de casa para subsanar el problema. Regresó a nuestra madriguera a la media hora y lo hizo con unos pañales del badulaque turco de la rue de Lyon. Marca FLEX, como los colchones. "A ver qué tal están estos pañales. Son los únicos que he encontrado..." me dijo mi hombre y padre de nuestra cachorra. Nos fuimos a comer las lentejas con la sensación de estar salvados. El que tenga bebés cagoncetes lo entenderá perfectamente. Las lentejas estaban muy buenas, por cierto.
Al día siguiente estreno uno de los pañales turcos. Son hasta bonitos. Tienen dibujitos de ositos bastante majos aunque el pañal resulta demasiado plastificado al tacto. "Bueno, no será para tanto..." pensé.
Regreso con Jone de su paseo matutino y con el primer cambio descubro que el puñetero pañal turco le ha hecho una herida. Comparo los pañales turcos con uno de los anteriores y confirmo el causante de dicha fechoría. Las tiras elásticas antiescapes son demasiado rígidas y su tacto es parecido al de un hilo tenso. En mi mente, visualizo una de las naves industriales donde fabrican los pañales FLEX ardiendo bajo una lluvia de meteoritos. Nadie muere, no obstante.
"Ha sido un infierno. No se ha salvado ni una pañal..."
Por la tarde nos deshacemos de los pañales del badulaque y compramos pañales en condiciones. Tres paquetones para ser exactos, por si las moscas.
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