lunes, 21 de noviembre de 2011

Chicago.

Regresamos de Chicago el pasado martes y aún se notan los efectos del jet lag en nuestros cuerpos serranos. Estas últimas noches Jone, a eso de las tres de la mañana, nos honra con recitales de gorgojeos y cánticos de más de una hora y Marc amanece como un muerto viviente. La cosa, para ser sincera, resulta bastante graciosa.

La estancia en Chicago estuvo muy bien. Como ya dije en la anterior entrada, el tema del vuelo nos tenía un poco "aconcojonados" porque no sabíamos qué podría pasar durante tantas horas seguidas en un avión con un bebé. Sobretodo si el bebé es tuyo y se pone a llorar como un poseso.

Al final Jone lloró sólo en el primero de los vuelos (el de Ginebra a Amsterdam) y lo hizo durante unos veinte minutos. El tema no sería tan grave si no fuera porque ese vuelo sólo duraba una hora. Os juro que con Jone a grito pelado sentía estar en un vuelo igualito al de la imagen:



¡Sí, sí, sí! Como os lo cuento. Incluso, en un ataque de madre-Pantoja, llegué a decirle a Marc:

"Marc, que me quedo en Amsterdam. ¡Me niego a que Jone llore ocho horas seguidas!"

Marc se quedó mudo y sospecho que si el CSI revisara los calzoncillos que llevaba entonces detectaría microrestos fecales en los mismos fruto del colapso mental que sufrió. Cosa, por otro lado, muy razonable.


"No hay duda...¡Es caca!"

Sea como sea, Jone se tranquilizó y se quedó dormida en Amsterdam. Yo recuperé la compostura, me quité la peineta de Pantoja y llegamos a Chicago donde pasamos unos días muy "achilipús". Y aquí unas fotangas que asín lo acreditan:





¡A ver si volvemos!

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