viernes, 30 de noviembre de 2012

Escalade 2012.

¡Ya ha pasado un año desde la última escalade y yo con estos pelos!


Mañana volvemos a correr por el casco viejo de Ginebra en lo que será un nuevo reto de la muerte.
Personalmente me he propuesto rebajar el tiempo del año pasado (25:50) y hacerlo sin desear a media carrera sentarme en alguno de los bares del barrio.Tengo que conseguirlo, tengo que conseguirlo, tengo que conseguirlo...

Para motivarme adicionalmente, pensaré en la cena que después de la carrera nos meteremos en el Tordoya. Restaurante gallego camuflado de asociación cultural con uno de los ambientes más grasientos de Ginebra.
¿Promete, eh?

jueves, 29 de noviembre de 2012

La rotonda mágica.

Marc lleva unos días en Bristol haciendo de espía y me ha mandado esta fotanga de la llamada "Rotonda mágica". No os molesteis en buscar los tres pies al gato porque el documeto es totalmente verídico y, aunque parezca mentira, no hay "fotoxop" de por medio.



Resulta que esta obra de ingeniería no está en Bristol sino en Swindon, a unos 40 kilómetros y, sorprendentemente, en ella no mueren docenas de personas cada día. ¡De hecho no muere nadie!

No quiero imaginarme al volante y por la izquierda en ese meollo. Por si acaso le he dicho a Marc que, para un día que le queda en esas tierras, ni harto vino coja el coche...

Espero que me haga caso y hoy lo podamos recoger de una pieza en el aeropuerto.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Bulle.

Pese a los virus y a las bacterias terroristas, este sábado decidimos acercarnos hasta el pueblo de Bulle, a cinco kilómetros de Gruyères. Sí, el pueblo del queso del mismo nombre. Mira tú qué cosas...

El pueblo es divino y hacía un solete que bien valía un imperio. El día fue largo pero entretenido.
Aquí un documento de la jornada en la que el grupo, después de horas en la calle, decide resguardarse del frío en una cafetería.



Manolo, con gorro negro calado, entusiasmado con su i-phone. Marc parece contarle algo a Carlos quien, a su vez, parece más interesado en dibujar vete a saber tú qué cosa en su libreta. Vanessa, junto a Magrans, parece disfrutar de la situación y hasta llora de contenta y Jone, como Manolo, ignora al resto contemplando el i-phone de su padre... ¿¡Y qué!?

¡Pues que mientras todo eso pasaba yo estaba corriendo! Tal cual.


Y es que a Bulle fuimos a correr la corrida bulloise y acabé muerta, muerta, muerta, muerta...

¡Estamos tós malos, o qué!

Llevamos un par de semanitas de órdago... 

Jone se nos puso mala después de ir de cachondeo al grupo de bebés del CERN. Es lo que tiene unir el tiempo otoñal con una marabunta de críos. Los virus hacen de los juguetes rechupeteaos su base de operaciones y de los críos sus objetivos claves.

Los daños ascienden a :
1 Jone enferma 
1 padre perjudicado durante dos semanas.
1 madre al borde del ataque de nervios.

Jone ha tenido diversas fases de enfermedad. La primera fue la de las vomiteras a lo jet d'eau. La segunda la de la cagarrinas de color amarillo. La tercera la de las fiebres poco elevadas pero tocapelotas. La cuarta, en la que nos encontramos ahora mismo, la de la tos perruna.   

Marc está pachucho desde la fase 1 de Jone y, como ella ahora mismo, se encuentra en la fase 4 o de tos perruna. 


Lo milagroso, por decir algo, es que servidora ni se ha puesto enferma ni tiene un pastor alemán arrendado en la traquea. Supongo que lo de haber hecho de maestra y pasar horas rodeada de niños mocosos tiene ahora su recompensa...

Por favor, que se ponga todo el mundo bueno ¡YA!

domingo, 4 de noviembre de 2012

Macacos. Un año después.

Vanessa me acompaña a la sauna de Paquis para comprobar lo que allí sucede...  

"¿Y dices que ésto es normal?"(*)


Hoy.

Hoy he ido a la piscina municipal de Ferney Voltaire. Ha sido una experiencia. 

Para empezar, he pagado la suma 15 loleuros por una entrada que también me dejara ir a la sala de máquinas. La recepcionista me ha entregado una tarjeta con banda magnética y una pulsera con una pelotilla. La pelotilla servía, por lo visto, para abrir las puertas que me fuera encontrando. Todo un avance tecnológico. 

Como he pagado la entrada combinada debía acceder por un lado distinto al de la gente que paga su entrada de piscina a secas (valga aquí la paradoja). Uso la pelotilla y la primera puerta se abre. Llego a una segunda puerta. No preciso de la pelotilla y puedo entrar como se suele hacer con las puertas que funcionan sin pelotilla.  Llego hasta el vestuario. Vestuario enano, enano, enano. Salgo del mismo y busco la siguiente puerta de pelotilla. A todo ésto, la tarjeta magnética seguía en el bolsillo sin usar. 

Llego hasta la sala de máquinas y curiosamente no hay sistema de obertura con pelotilla. Acciono la puerta y ante mis narices aparece la sala de màquinas. Como el vestuario, es enana, enana, enana. Tiene máquinas, claro. Cinco exactamente. Dos bicicletas estáticas, una cinta de carrera, una máquina de remo y una máquina que no sé como se llama pero que parece que vayas haciendo esquí de fondo por los aires. En una de las bicicletas estáticas, un ser humano bien entrado en la sesentena. El único que, como yo, ha caido en la trampa de la entrada combinada

En lo que dura un segundo he contado las cinco máquinas, he visto al hombre sobre la bicicleta estática y he sido abordada por un olor de pies monstruoso. En lo que dura otro segundo he visto el origen de ese olor nauseabundo. El tipo de la bicicleta llevaba puestas unas zapatillas de estar por casa sin calcetines. De color gris, para más datos. 
Bonjour, bonjour. Decido hacer esquí de fondo por los aires. Mi compañero de sala parece sentirse en su bicicleta cual profesional ascendiendo el Tourmalet. Emite unos jadeos y unos resoplidos que, como el olor de sus zapatillas grises, llenan el ambiente más de lo que desearía. Acaba su ejercicio y abandona la sala con una amable sonrisa que, por otro lado, respondo amigablemente. Yo me quedo unos minutos más esquiando por los aires y pensando en la posibilidad irónica de que alguien nuevo entrara y pensara que soy la culpable de hacer que la sala parezca una cámara de gas. Por suerte nadie  entra y acabo con el esquí volador. 

Decido entrar en la piscina. Vuelvo al vestuario y me preparo para nadar. Decido dejar la pelotilla y la tarjeta en la taquilla. Abro la puerta de la piscina (sin pelotilla) y descubro que la piscina está muy bien. Nada que ver con la sala de cinco máquinas. Hago un par de largos y decido concluir el día. Me dispongo a regresar al vestuario cuando descubro que la puerta, de regreso, sí precisa de la pelotilla. Me cago en la leche. Pido auxilio a la socorrista y llego hasta el vestuario. Me ducho, me cambio y salgo por donde entré la primera vez pero sin usar la pelotilla. Llego hasta el mostrador y entrego a la recepcionista la pelotilla y la tarjeta magnética. De camino al coche, y mientras rememoraba las zapatillas grises del tipo de la bicicleta, un gran enigma me asalta ¿Pero para qué hostias servía la tarjeta magnética?

viernes, 2 de noviembre de 2012

El apasionante mundo animal.

El otro día me llevé a Jone al parque de la Batie, en Ginebra. Este parque, como muchos otros de la ciudad, está surtido de esos columpios que me habría encantado tener siendo niña (y no tan niña). Sus formas lúdicas y aparentemente inofensivas esconden un sistema perfectamente calculado de entrenamiento marcial helvético. Sólo deseo que Jone tenga la edad adecuada para poder utilizarlos. En realidad esa es la típica excusa que todos los padres kamikazes utilizan para entrenarse en ellos y yo no seré menos. 

Además de esta zona de juegos-marciales, la Batie tiene una buena extensión de bosque, una piscina infantil  y, lo más importante, un pequeño zoo.

En el zoo de la Batie (gratuito, por cierto) no puedes ver mandriles ni leones pero sí una variopinta selección de animales de granja y anatidaes (o patos en cristiano raso). Todos estupendos.

Aquí tenemos a Jone más contenta que unas pascuas. 


Al fondo y de blanco, dos ejemplares de gallina sedosa japonesa. Misterioso lo de japonesa cuando según parece provienen de China. Estos paises pugnan por cosas bien raras...En fin, que aquí pongo otra foto pofesioná para que no perdáis detalle. Y con la peluquería recién hecha, oye.



Jone estuvo muy entretenida persiguiendo un grupo de pintadas que, según parece, habían escapado de su jaula. Bastaron pocos minutos de acoso infantil para que las gallinaceas decidieran prescindir de su libertad y retornasen a la seguridad de su cautiverio.

Héte aquí a la líder del grupo fugado intercambiando unos cacareos con Jone. Me cago en tu estampa, parecía decir.


Y aquí un ejemplar de pintada pofesioná para apreciar los detalles.

Aquí Jone con una cabra. Pero no una cabra cualquiera ¿eh?
Se trata de un ejemplar de cabra enana africana. Que para el que no lo sepa (como yo hace un rato) se está haciendo muy popular como animal de compañía en USA.
Las cabras tienen la pupila rectangular y con ello se calcula que tienen una visión periférica de hasta 270º. Sin embargo las cabras no pueden ver el rojo así que es un misterio para mí saber de qué color estaba viendo nuestra cabra enana de la foto a Jone.

El mundo de los animales es fascinante, sin duda. Algo tan aparentemente cercano como una gallina de corral esconde un montón de datos insospechados...

Pensaba yo en las gallinas y en los ojos de las cabras mientras nos acercábamos al recinto de los ciervos. Una hembra estirada al sol y con masticar repetitivo parecía muy poco interesada en nosotras. Jone, empujando nuestro carrito, parecía muy poco interesada a su vez en ella. Y en ese momento yo tuve una revelación casi mística. Por primera vez me dí cuenta de que si eres un valiente todo el mundo dirá de ti que eres un gallo. Y, contrariamente, si eres un cobarde, todo el mundo dirá de ti que eres una gallina. Y ésto es, por lo que parece, un tópico bastante universal. Una misma especie animal sirve para hablar del valor o de la ausencia del mismo. Me di cuenta también de que no es lo mismo ser una vaca que un toro y que ser un zorro es mucho mejor que ser una zorra. También es más amigable ser un perro que una perra  por lo que la cosa empezaba a divagar en el uso de lenguaje y el andropower de los cojones (valga aquí la redundancia).

Y os parecerá una soberana jilipollez pero, con el sol en la cara y evitando que Jone metiera el carro en el recinto del jabalí me pareció de lo más revelador.
Nos disponíamos a abandonar el zoo cuando una última visión del jabalí roncando sobre un lecho de fango y excrementos me iluminó de nuevo. Siempre será lo mismo ser un cerdo que una cerda...