lunes, 23 de enero de 2012

El cuento del orégano.

"No todo el monte es orégano"

Según la RAE :
1. expr. U. para expresar que no todo es fácil o placentero en un asunto.

Viernes, 13 de Enero de 2012.

Llevamos una mañana más movida de lo habitual. He tenido que ir hasta Balexert para pagar el curso de francés y, acto seguido, llegar hasta el centro para comprar ropa de invierno para Jone. Como hace frío y Jone no lleva ropa suficientemente abrigada, decido llevarla en el carro a todas partes ese día. En la escuela de idiomas el pago es rápido y volvemos al tranvía en un momento. Rumbo al centro, Jone empieza a inquietarse aunque la alerta no pasa del tono amarillo. En la tienda en la que finalmente encuentro dos monos de invierno, la alerta se torna más anaranjada. Sin embargo, y por fortuna, la cola para pagar y el pago se suceden rápidamente de tal modo que volvemos a la calle sin mayor problema. En la calle, Jone entra en alerta naranja. Trato de calmarla sin éxito. Nuestra casa no está muy lejos por lo que decido dirigirme a nuestra madriguera. Seguramente, pensé entoncés, Jone tiene hambre. Sólo son quince minutos de paseo. Tres minutos más tarde, el llanto desconsolado de Jone me sobrecoge inesperadamente en el cruce de la rue Voltaire con la rue Lyon. Alerta máxima. Jone llora y llora como si la estuvieran matando. Avanzo sólo unos pocos metros con ella aún en el carro hasta que, finalmente, decido cogerla en brazos. Se calla instantaneamente. Lo de cogerla en brazos no es fácil. No sólo porque pesa sus buenos ocho quilos y medio sino porque llevo las bolsas de la compra y me encuentro en pendiente sujetando además el carro. ¿Qué hago? Necesitaba llegar a casa. Jone estaba harta del carro. No me extraña, por otro lado. Hacía frío. Pienso en qué lugar, en aquel punto geográfico, puedo meterme y dar el pecho a Jone. Relajarnos un rato hasta que pueda seguir el camino. Pienso en el Manor (un centro comercial grande) y en su cafetería con asientos y lugar reservado para dar de mamar. Está a la misma distancia que casa. Pero eso es demasiada distancia. A mi derecha, en ese lugar y bajo un andamio de obras, asoma un pequeño café. Haciendo equilibrios con el carro, la compra, la mochila de Jone y con Jone misma a cuestas, finalmente, opto por entrar a regañadientes en el café bajo el andamio. La entrada es espectacular. El café tiene una de esas puertas anti-carro de bebé. De esas en las que pareces siempre la persona más torpe del mundo intentando abrir una puerta construida para no abrirse ni lo suficiente ni lo rápidamente que se precisa para entrar con un bebé. Ni te cuento cuando eso lo haces con el carro y el bebé encima. Entro. Sin la ayuda de nadie, claro. El lugar no es el súpernegocio de Ginebra. Tiene cuatro mesas. Cuatro literalmente, no es una frase hecha. Dos están ocupadas por dos hombres. Cada uno con su ordenador. Cuando irrumpo en el local me doy cuenta de que me encuentro en el más silencioso de todo Ginebra. ¡Qué digo Ginebra! ¡De toda Suiza! Me debato en unas décimas de segundo por dar media vuelta e irme cual fantasma medioarrepentido por aparecerse desde el más allá. Me acuerdo entonces de la puerta anti-bebés. Esas puertas siempre son engullemadres una vez estás dentro. Finalmente decido quedarme. Al menos no hace frío. La propietaria del local es una señora bien entrada en la sesentena. Me lanza una mirada de soslayo en la que se combinan la desaprobación, la perplejidad y la buena educación. De manera un poco forzada, me sonríe. Las cuatro mesas tienen mantelitos naranjas. Decido sentarme en la última de las mesas. En un rincón. Tampoco había mucho donde escoger. El carro, por suerte, no queda justo en el medio del café. Al sentarme, el mantelito naranja se va a tomar viento. La mujer aparece entonces a mi lado. No para ayudarme con los bártulos sino para recomponer la mesa con el mantelito naranja situándolo allí donde una buena mujer suiza de más de sesenta lo pondría en su propia casa. La mujer recoloca una y otra vez el mantel a mi paso hasta la silla. Es una lucha sin cuartel. Imagino, por un momento, que tengo un lanzallamas y prendo fuego al local entero con todos sus malditos manteles naranjas. Finalmente me siento. El mantel naranja queda en su sitio también. A todo esto, Jone encantada de la vida. Pido una coca-cola. La mujer no parece muy contenta. Cuando trae la bebida reparo en el surtido de bocadillos de la vitrina. Por compromiso, pido uno de jamón. Es una birria de bocadillo. Es un panecillo seco con una loncha de jamón de York untado de mostaza. Jone sigue a lo suyo. Empieza a balbucear ma-ma-ma-ta-ta-taaaaaa. Lo hace incrementando su tono. Uno de los hombres, levanta la vista del ordenador y me lanza una mirada. En ese momento deseo saber francés con todas mis fuerzas. Poder decirle algo. Jone no hace nada malo. Sólo balbucea pero allí parece que esté chillando. Me acabo la coca-cola y el bocadillo birrioso. Todo dura diez minutos. Ni me planteo dar allí el pecho. Llega el momento de pagar. No puedo hacerlo sin deshacerme de mi hija. La he tenido en brazos desde que he entrado y con ella encima no puedo coger el monedero, las bolsas y mi chaqueta sin volver a enviar a hacer puñetas el mantelito de las narices. Dejo a Jone en el carro. Vuelve a llorar como si la mataran. De 0 a 100 en 3 segundos. Ni el mejor ferrari del mercado. Pago en 4 segundos, digo "au revoir!" y desaparezco no sin antes rendir una buena lucha con la puerta engullemadres. Jone llora, llora y llora. No puedo cogerla. Llora, llora y llora. No puedo calmarla. Corro hasta casa con Jone llorando como si la mataran. Las calles parecen más silenciosas que nunca. Jone sigue llorando. Me siento fatal. Llego finalmente a casa y cojo a Jone en brazos. Está temblando desconsolada. La abrazo sintiéndome muy mal por no haberlo hecho antes. Tengo ganas de llorar con ella. Lloro. Le susurro cosas al oido. "Cariño, hoy no me lo han puesto nada fácil..."

Y sabiendo muy bien que esto no es más que una anécdota de lloriqueo sin importancia.
No todo el campo es orégano. Ni falta que hace.

1 comentario:

  1. nenannnnn,tienes que dejar de sufrir tantoooooo,eso es algo normal,los niños lloran,lloran y....no pasa nada,simplement se rebelan por el panorama de mundo que les espera,ja,ja,ja,, no me gusta que lo pases tan mal, afortunadamente mi Jone es una chicarrona muy sana,no desperdicies lagrimas,laqmentablemente tendras momentos en su vida para realmente pasarlo mal.besito

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