Debido al parón vacacional en las Grecias, el retorno a la guardería de La Cachorra está siendo un pequeño via crucis. Ahora, después de una semana y pico, parece que la cosa va remitiendo. Remitiendo muy poco a poco, pero remitiendo.
Lo peor no es que la pobre criatura empiece a gimotear cuando ve la puerta del recinto o que se me agarre al cuello cual posesa al borde del ataque de nervios. Lo peor es la Pantoja infernal que, ante los lagrimones de mi hija, intenta poseerme. Esa Pantoja que quiere coger a mi niña en volandas y huir con ella al grito de : "Suh muerto tóos! Mi niña hoy no se queda aquí!"
Aunque la Pantoja tiene poderes y métodos de persuasión insospechados, estoy aguantando el tipo. Y lo aguanto pese al dolor de craneo que siempre provoca el emerger de una peineta de palmo sobre mi coronilla. Ésto, lo juro, no es tan fácil como parece...
Cada mañana dejo a La Cachorra en su clase y salgo por la puerta escuchando sus gritos. Tener que lidiar con ella así y con la maldita Pantoja me deja muy mal cuerpo pero siempre me digo que va a superarlo y que, además, tiene que hacerlo. Sólo espero que, por favor, eso suceda más pronto que tarde...
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