Pasa la vida. La vida pasa.
Suena parecido pero, en muchos matices que no adivino a acertar, me suena distinto.
Decir pasa la vida y que la vida pasa es quizá lo mismo que decir que las cosas pasan y que pasan las cosas. Y suena parecido y también me parece distinto...
Estos últimos años he conocido más físicos de los que, seguramente en otras circunstancias, habría tenido oportunidad. Afortunadamente, para ellos y para mí, nunca hablamos de todo eso que ellos entienden y que yo, en mis grandes limitaciones, no comprendería ni en mil años...
No sé nada de física y ni en sueños podría explicar cómo todo eso que estudian (o gran parte) tiene sentido. Yo no podría explicar algo como qué es el tiempo. Y lo fuerte es que tampoco algo así es fácil para todos ellos.
De una manera burda se me ocurre decir, echando mano de los documentales de la 2, que el tiempo es sólo "aquello" que nos permite ser testigo de los cambios que se dan a nuestro alrededor así como del impás que se produce entre estos. Lo que cualquiera de mis niños pequeños me explicaría como: "lo que pasa ahora, lo que pasó antes y lo que pasará después. Hacerse mayor...como mi yaya".
Ruego que todos los ilustrados sobre el tema me perdonen.
Yo no tengo ni puta idea de lo que es el tiempo. Sólo sé que Otto se hace mayor y que las cosas se suceden una detrás de otra en eso que llamamos tiempo. Pasa la vida. La vida pasa. Pasan las cosas. Las cosas pasan.
Que las cosas pasan es cierto. Y que pasan de una manera y no de otra, también.
Yo del tiempo no sé nada y seguramente sólo nos cuestionamos algo parecido cuando pasan esas cosas que no queremos que pasen y que cuando pasan lo cambian todo.
A veces pasan esas cosas y no otras por, lo que yo llamo, una
fracción de segundo.
Una
fracción de segundo no es nada. Sólo eso que forma parte del tiempo y que permite que las cosas cambien. Que pasen las cosas. Que las cosas pasen.
Todos, cada cual a su manera, hemos pensado en eso alguna vez. Todos hemos comprobado alguna vez que, por nada, por una fracción de segundo, eso o lo otro no habría pasado y tu vida, tu sucesión personal de acontecimientos, habría seguido igual. Almenos casi igual. No te habrías parado a pensar en ello.
Pasan las cosas. Las cosas pasan.
En su casa, una mujer riega su jardín como de costumbre mientras la gata y el perro salen un momento a la calle. Es el paseo furtivo de siempre. A la misma hora. La mujer, entre idas y venidas de la manguera, les dice lo de siempre "Cualquier día os atropellan..." La mujer sigue regando y la gata y el perro continúan con su escapadita.
En una calle perpendicular, y en dirección a la casa en cuestión, un desconocido conduce un coche negro. Conduce, como siempre, un poco más rápido de lo necesario. Le gusta y nunca le ha pasado nada. Hoy tiene una cita con esa chavala.
La gata ya le ha echado ojo a las polillas de la farola y el perro se apresura a echar una meada especial sobre la que antes echó el pastor alemán del vecino. No se le escapa ni una. La mujer sigue regando.
El desconocido sigue conduciendo. Está impaciente por llegar a la casa de la chavala. Quizá está enamorado. Quizá no. Una sensación de fortuna recorre su cuerpo y, de manera imperceptible, levanta el pie del acelerador. Se siente bien. Gira en el siguiente cruce hasta llegar al STOP. Descubre que unas gotas de agua le han caido sobre su reluciente parabrisas. Se enfada un poco. Mira atrás y ve que una mujer, manguera en mano, invita a un perro negro desaliñado a entrar en la casa. Un gato rallado salta por el muro. La mujer cierra la verja y desaparece. Parecía, entre gestos, decir algo a los animales.
Ésto podría haber pasado así pero no pasó así...
Si el desconocido del coche negro hubiera aminorado, acelerado, o cualquier otra cosa que fuera posible, nada habría sido igual. Por una
fracción de segundo mi madre habría regado como siempre y el perro y la gata habrían entrado en casa como siempre..
Si la historia de antes hubiese sido la de aquel día mi madre no habría oído un golpe sordo. Otto no habría entrado en casa buscando un rincón donde resguardarse. Mi madre no habría salido a la calle y no habría visto a la Mixeta estirada en la acera. No habría entrado corriendo a casa y no habría llamado a gritos a mi padre. Mi padre no habría tenido que dejar lo que hacía y ver a la gata así. Mi madre no habría llamado a Asier y mi hermano no habría llorado. Y yo, muchos días más tarde, no habría escrito ésto.

En otra dimensión temporal, con todas esas posibilidades que parecen de ciencia ficción, mi madre sigue regando, Otto sigue pasando revista de las farolas y mi gata sigue tonteando en la calle. Quizá mirando las polillas, quizá mirando el gato del vecino...