domingo, 1 de diciembre de 2013

¡¡¡¡Skodiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!


31 de Octubre de 2013, último día de la ITV en vigor del Skodi

En una de esas decisiones de ultimísima hora que me caracterizan, decido solventar el problema de la ITV del Skodi y decido ir a las Hispanias para pasarle la ITV esa misma tarde. Con un par (de neuronas, sí). Bueno, vaya por delante que el espíritu de semejante hazaña era similar al que se tiene al echar una primi

A las 4:30 de la mañana suena el despertador y a las 5:00 me despido de Mi Hombre. "Llámame en un par de horas para ver dónde estás", me dice. Salgo por la puerta y diez segundos más tarde estoy en el Skodi. Constato que a esas horas en nuestro pueblo hace un frío de tres pares y que el Skodi está congelado. Tras un minuto de conducción, decido encender la calefacción pero como el ventilador está estropeado sólo puedo ponerlo a máxima potencia. El Skodi deja de estar congelado y yo tomo la autovía. 

Un par de minutos sobre la autovía y Skodi empieza a sacar un humo negro-negrísimo por el tubo de escape. Apago la calefacción a máxima potencia pero el humo negro-negrísimo sigue saliendo. Constato además que, por más que acelero, Skodi no avanza. Me paro en la cuneta y Skodi sucumbe. Miro por el retrovisor y sólo veo la nube negra-negrísima. Con el mismo espíritu con el que se echa la primi, vuelvo a encender el coche. La lotería me toca y Skodi despierta. El pobre despierta pero sólo circula a 20 Km por hora...

Han pasado 15 minutos desde que saliera de casa y decido llamar a Mi Hombre. Con voz soñolienta, Mi Hombre me coge el teléfono. Me pregunta por mi paradero y yo le digo: "Pues que no he llegado ni al CERN...¡Reza para que llegue a casa!"

A casa llego y dejo a Skodi en nuestra plaza exterior. Y ahí sigue mi fiel amigo quien, hasta en su último suspiro, tuvo la delicadeza de no dejarme tirada.

Y hasta aquí la trepidante aventura de intentar pasar la ITV, a las bravas, el mismo día que ésta caduca. ¡Y viviendo en las Francias, oiga!

"Sinceramente, pa'mear y no echar gota"

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El coñazo de comprar un coche nuevo (Vol.3)

Bueno, hablar ahora de ésto es como hablar de algo muy lejano en la historia pero, si no recuerdo mal, en el segundo capítulo de la serie, habíamos despedido a Kojak para ir al despacho del especialista en personal diplomático. ¡Sí, ahí estábamos! Por lo tanto...

Abandonamos a Kojak y entramos en el despacho del especialista en personal diplomático...

Kojak se queda en su mesa y ahí que seguimos, cual perritos falderos, a nuestro nuevo hombre. Un tipo alto, de unos cuarenta, con barba y gafas. Para mi gusto, bastante más anodino que Máximo Pradera y Kojak aunque se trate del especialista en personal diplomático y, un tanto orgulloso, cuando así se autoproclama. Con él bordeamos el rincón Nespresso, subimos una escalera y llegamos, finalmente, a su despacho. Una sala bastante grande y acristalada que permite ver toda la tienda y las maravillas tecnológicas que Kojak nos mostró momentos antes.

Tomamos sitio y el tipo nos somete al típico cuestionario. Como siempre la pregunta recurrente es relativa a la potencia que deseamos en nuestro motor. Cada vez que el tipo dice la palabra potencia, ésta parece emerger de sus labios como si fuera una exhalacion de humo denso. La potencia parece inundar el despacho y el tipo parece disfrutar articular la palabra como Fidel Castro debe hacerlo fumando sus habanos. Uno de esos misterios que nosotros no entendemos, claro.

Nosotros le respondemos que lo de la potencia, en cristiano del raso, nos la sopla y que no somos superlocos de los vehículos. El tipo parece pestañear varias veces tras sus gafas pero prosigue con el interrogatorio. Que si queremos diesel o gasolina. Que si queremos cuero en los asientos o no sé qué tejido. Que si queremos pintura metalizada o un color sólido...  

Nosotros venimos de Skoda y de tener una conversación con Máximo Pradera. Después hemos pasado un rato con Kojak viendo maleteros de coches ideales para hacer el próximo mundial de fútbol. Estamos cansados y nuestra Cachorra empieza a estar demasiado inquieta en mis piernas.

Le decimos al tipo que queremos un coche familiar y que no necesitamos una potencia digna de competir con el Concorde...

El vendendor entiende, inmediatamente, que a nosotros no nos van las pijadas de botones y que lo de tener un GPS, para circular por nuestro pueblo, nos parece una chorrada. Tras sus gafas sabemos que él ya sabe que, si le compramos un coche, va a ser de los pelados. Y punto. 

En ese momento de revelación mística del vendedor, el tipo se quita las gafas y nos formula la siguiente pregunta: "Ustedes...¿Qué coche tienen ahora?"

Y la pregunta nos la formula con la severidad que seguramente el Señor usó cuando se dirigió a Moisés para pedirle que se descalzara por estar en Tierra Santa.

Mi Hombre y yo nos miramos y, no podemos evitarlo, se nos escapa una carcajada de órdago. Le decimos al buen hombre que tenemos un Skodi de casi 14 años y cuando vemos la cara que pone el tipo, no podemos evitarlo, nos reímos más todavía. El vendedor, incluso, hace el esfuerzo de querer acompañarnos pero vemos que a él no le parece nada gracioso tener esa mierda de coche. En fin.

Nuestro querido especialista nos entrega una hoja con precios para diplomáticos y cuando abandonamos la tienda Mi Hombre y yo nos decimos lo mismo: "¡Paso de comprar un coche aquí!"

Abandonamos BMW con la sensación de no pertenecer a no sé qué corriente mística automobilística y regresamos a casa con nuestro Skodi riéndonos aún de la cara de aquel hombre al descubrir que "Misère!" nuestro vehículo era tan deshonroso. Hay que joderse...

martes, 19 de noviembre de 2013

El misterioso caso de las hormonas malditas...

Lo de las hormonas es un misterio y de los gordos. Si usted es hombre este misterio, seguramente, se la sudará soberanamente. Pero si usted es hombre y vive con una mujer, posiblemente, este misterio le parecerá aún mayor que el del Santo Grial. 

Mi relación con mis hormonas ha sido siempre bastante pacífica. Mis menstruaciones siempre fueron regulares, breves y, sobretodo, indoloras. El chollo de las reglas, vamos. Nada que ver con esos episodios menstruales donde la regla maldita secuestra a tu novia o a tu amiga y te la convierte en Lucifer. Nada de eso. Bueno, eso creo yo, claro...

Sea como sea, como mujer, una puede hacerse preguntas insospechadas sobre las hormonas sin saberlo.

Un día te cruzas con Paca la del Kiosko y una conversación banal te pertuba tu existencia. Paca está en la sesentena y te confiesa, así a las bravas, que no para de sudar. Y así le pasa aunque estemos en febrero y haga un frío de tres pares. Paca es de esas mujeres recias que habla dando manotazos y cuando se despide te da un meneo que te parte. Se aleja de ti con su abanico y tú te preguntas cómo puede ir con falda y sin medias a 3ºC. 

¿Cuando llegue a la edad de Paca me convertiré en una central térmica andante?¿Pesaré 50 kilos de más?¿Llevaré abanico con motivos floreados y blonda dorada?

Tantas son las preguntas que una se formula que, a medida que pasan los años, empiezas a tratar a las hormonas con mayor respeto. Respeto, sí.

En mi caso, con mis últimos episodios frustrados de maternidad me he dado cuenta de que las hormonas son mucho más importantes de lo que nunca antes había pensado. Intervienen en silencio en nuestro equilibrio emocional y en lo que consideramos nuestro yo. Crean y modifican nuestro yo permanentemente y ahora lamento mucho haber infravalorado su poder en algunas ocasiones. Ocasiones como cuando alguna persona cercana estaba muy deprimida y yo, ingenua estúpida, recomendaba hacer algo como si una persona pudiera separarse de su mente y mandar sobre ella misma. Así de fácil. Así de simple.

Las cosas, claro, nunca son tan fáciles ni tan simples y si una persona tiene depresión es muy probable que su cuerpo no encuentre la fuerza para hacer nada. Es muy posible que la persona sea consciente de lo que pasa y que sepa que debe hacer algo para sentirse mejor pero, precisamente, hacer algo puede llegar a ser imposible. Intentar hacerlo es fundamental pero, aún así, tus hormonas y toda la química implicada van por libre. Tienen su proceso y el hacer algo es útil sólo para sobrellevarlo. Nunca para evitarlo.

Estas semanas me he sentido como en una montaña rusa. Subiendo y bajando a lo loco y sin poder controlarlo. Pero nada divertido. 

Un día recuerdo explicarle a Mi Hombre lo siguiente:

"Mira Mi Hombre, yo ahora mismo siento mi cuerpo como si fuera un submarino soviético destartalado con tripulación española...Me imagino algo así como que, en lo más profundo del pacífico, el montón de chatarra se pone en alerta. Todo los pasillos se vuelven oscuros y en ellos tintinean luces rojas de emergencia. De repente se oye: ¡¡¡Insuflen presión al reactooor!!! y acto seguido se oye....Manoloooooooo que te has pasaooooooo....Y por culpa del Manolo de los cojones la presión se pasa tres pueblos y a mí me da un soponcio..."

Por la cara que Mi Hombre me puso, no sé si ésto se entiende un carajo pero por intentarlo que no quede. 

 "¡¡Manolo!! ¡Tus muertos toós!"

Mensis horribilis

Así podría definir este último mes y sobretodo esta última semana. Esta última semana me la he pasado en blanco aún viéndolo todo muy negro pero creo haber sacado de ella lo necesario para, precisamente, empezar a cambiar el rumbo. 

Las cosas van como van y a veces parece que todo viene junto. Así parece funcionar para lo bueno y para lo malo y en nuestro caso parece que hemos tenido una racha de malo. Supongo que mis hormonas están revolucionadas y que el cambio horario (aunque suene a jilipollez de las gordas) no ha ayudado mucho. Todo proceso tiene sus fases y yo debo asumir que el cuerpo (y la mente con él) necesita su tiempo para reajustarse. En eso creo estar y espero, poco a poco, encontrarme mejor.

Efectivamente llevaba demasiado tiempo sin escribir.¡Muy mal! 

Sé que parece un poco tonto, pero para mí el dedicar un rato a este blog es un ejercicios muy sano. Creo que me ayuda a ver las cosas con otro prisma y siempre he pensado que la realidad, aunque una, puede ser muy diversa, precisamente, en función del prisma que uses. Elemental querido Watson ¿no?

Total, que como le prometí a una Buena Amiga, voy a empezar a poner este despropósito al día. En nuestra conversación via Skype, además de hablar de eso malo también hablamos de todas esas cosas que pasan y que siguen pasando por aquí. Esas cosas que nos hacen reir y que si no fuera por ellas, Virgensita de mi Corasón, no sé qué pasaría.

Vamos a ello.


Una Buena Amiga

Hablo con Buena Amiga por Skype y la conversación empieza con...

-Begontxu, mujer, ¿Cómo lo llevas?

Y acaba, tras una buena hora, con...

-Begontxu, que me tenías preocupada....Que ya sabes que sigo tu blog y cuando veo que ya no explicas tus aventurillas pienso: "aich!" Ánimate, por favor...

-(...)

-Anímate, venga...

-Buena Amiga, tienes razón. Te prometo que esta semana pongo al día el blog.

Vamos a ello. Va por ti, Buena Amiga.

sábado, 19 de octubre de 2013

viernes, 18 de octubre de 2013

Un chico de Irún

Es muy curioso ver cómo funcionan nuestros recuerdos. A menudo, éstos nos visitan de la forma más inesperada y uno no puede dejar de preguntarse por qué en determinadas ocasiones uno recuerda unas cosas y no otras. Me refiero sobre todo a esos recuerdos que, tras mucho tiempo, parecían simplemente borrados de la memoria pero que, un día, sin saber por qué, nuestra memoria nos los ofrece cual sorpresa para, precisamente, demostrarnos que nunca fueron olvidados en realidad. 

Mientras estuve en el hospital recordé muchas cosas que, erroneamente, creía simplemente haber olvidado. Era de noche y la habitación, con la luz apagada, estaba inundada por esa luz azul nocturna que permite en la oscuridad ver todos los detalles que te rodean. Me costó conciliar el sueño y eché de menos poder seguir leyendo hasta que el cansancio me sedara. No lo hice porque no quería molestar con la luz encendida a mi compañera de habitación aunque más tarde comprobaría que mi compañera, entonces desconocida, seguramente no se habría molestado lo más mínimo por algo así. 

Daba vueltas en mi cama de hospital y no podía dejar de focalizarme en los pequeños detalles que la luz azul nocturna permite ver. Me fijaba en los detalles del techo. En el mando de la cama de hospital y en la cantidad de botones que éstos tienen. Miraba el pulsador de emergencias y el pequeño icono amarillo que pretendía representar a una enfermera. Miraba la cama de mi compañera de habitación. Podía seguir su respiración rítmica a través del movimiento de sus sábanas. Me daba la vuelta y me encontraba con mis manos perfectamente recortadas sobre mi cama. Así estuve un buen rato y, no sé por qué, muchos recuerdos volvieron a visitarme.

Recordé entonces algo que pasó cuando yo tenía unos 17 años. Por aquel entonces yo era una pésima estudiante de secundaria. Un desastre de esos que parecen tener poco arreglo y aquel año, nuevamente, mi curso parecía condenado al fracaso. Supongo que, precisamente por ese fracaso anunciado, lo que recordé pudo pasar. Con mis, creo yo 17 años, y en vistas de no levantar el vuelo, una mañana, creo que de abril, me levanté y, en lugar de ir al instituto, me fui a Barcelona. El día antes había visto en el periódico un anuncio donde una empresa buscaba personal comercial. Decían que no se requería experiencia y, al fin y al cabo, en el instituto tenía poco que hacer. En mi bolsillo debía tener unas 500 pesetas pero eso era suficiente para ir y volver. Quizá hasta me sobrarían veinte duros. El lugar de la entrevista, me acordaré siempre, estaba en la calle Méjico y eso lo recordaré porque la calle Méjico está muy cerca de Plaza España y muy cerca de Plaza España está el Estadio de Atletismo Joan Serrahima. Mi pista de entrenamiento durante casi toda mi vida como atleta.  

Me planté en la dirección donde se harían las entrevistas puntualmente y allí me dieron un formulario a rellenar. A mi alrededor sólo había hombres de mediana edad. Empecé a rellenar el formulario y tras pocos segundos me di cuenta de que nada de lo que estaba haciendo allí tenía sentido. No podía escribir nada más allá de mi nombre y de la dirección donde vivía con mis padres y hermanos. Sin embargo, ya que estaba, me quedé y esperé a que me hicieran la entrevista.

El tipo que me entrevistó fue muy agradable y sospecho que yo debía tener los 17 porque entonces sí podías trabajar con esa edad aunque era muy, muy joven. Charlamos un rato y, cosas de la vida, en la empresa trabajaba una chica que hacía atletismo como yo pero que me caía (nos caíamos) fatal. El hecho de que hiciera atletismo era de lo poco que podía decir que hacía un poco al derecho aunque para aquel tipo no tuviera la más mínina relevancia. La entrevista se acabó y, claro, nunca me volvieron a llamar. 

Cuando salí del edificio el sol brillaba aunque aún hacía fresco. A medida que me alejaba del lugar me sentía mejor y, pese a la desorientación que siempre me acompañaba entonces, me sentí con esperanzas. Con una determinación desconocida para mí hasta ese momento.

Llegué a la estación de metro de Plaza de España y mientras bajaba sus escaleras pude oir que alguien tocaba una guitarra. Lo hacía bastante mal, por cierto. Tras pocos metros descubrí que el guitarrista era un chaval, más o menos de mi edad. Estaba sentado en el pasillo mientras un amigo, de pie, iba pidiendo dinero. Edad similar. El chico que pedía se me acercó con una boina pero yo le dije, literalmente, que no tenía un puto duro y que tenía que volver a casa. Él me dijo que era de Irún, que tampoco tenía un puto duro pero que para estar allí pasando frío, mejor se venía aquí con su amigo a tocar la guitarra. El chico de Irún era uno de esos vascos huesudos de boca pequeña y dientes mal puestos pero, cosas de la vida, atractivo. Charlamos un rato y, no sé por qué, al despedirnos, nos dimos un beso. Así sin más. Su colega seguía tocando igual de mal la guitarra y nosotros nos separamos. Él se quedó allí, en el pasillo, y yo me fui a coger el metro. No sé si al final hasta les di los 20 duros esos que me sobraban. 

Estaba en el hospital y me acordaba del chaval de Irún. Me preguntaba si había tenido algo de suerte y si, quien sabe, ahora mismo se encontraba de nuevo en Irún sin necesidad de un colega que toque tan mal la guitarra para ganar cuatro cuartos. Me preguntaba si tenía hijos. Si también se había hecho maestro. Si quizá se acuerda, de tanto en tanto, de una tía que conoció en el metro y que parecía tan jodida como él por aquel entonces. Una desconocida a la que dió un beso y deseó buena suerte.

No sé por qué me acordé de todo ésto esa noche. Son cosas extrañas, supongo. Pero son bonitas también. Son la vida.