El paseo de hoy nos ha llevado hasta un nuevo parque ginebrino. El sitio no me era del todo desconocido porque es un parque que queda a un lado de una de las calles por las que paso cuando corro el circuito que yo llamo "de las embajadas". Bueno, lo de decir que corro el circuito es un decir porque últimamente no corro mucho que digamos pero el caso es que el parque en cuestión está por allí y hoy he decidido visitarlo.
La verdad que me resulta muy curioso comprobar hasta qué punto desperdiciamos las cosas que tenemos cerca sólo por el hecho de dejarnos llevar por eso que llamamos costumbres. A veces te das cuenta de que reprendes los mismos caminos y calles para ir de un sitio a otro y que en realidad nada ni nadie te empuja a ello. ¿Será que somos ciertamente animales de costumbres? Supongo que algo hay de cierto en todo eso.
Este parque, como muchos otros en la ciudad, contiene una escuela de primaria y además tiene una extensión de césped enorme. Los parterres de flores están de ultimísima novedad con el florecimiento de los tulipanes y éstos salpican todo el lugar.
He llegado con Jone hasta unos bancos situados estratégicamente orientados al Salève. Me he sentado en un de ellos. A mi derecha, en otro banco, una mujer morena de unos cuarenta jugueteaba con su caniche con un pequeño peluche. A mi izquierda, un chaval majete de unos veinte se comía un bocadillo del coop. Tenía la bicicleta a un lado.
Hoy no ha sido un día soleado pero con las últimas lluvias el cielo estaba brillante. O eso he pensado yo al descubrir claramente el Montblanc a lo lejos, a la izquierda del Salève. Me he quedado mirando el horizonte con la sensación de que todo lo que tenía alrededor encajaba perfectamente. El Salève a lo lejos, el Montblanc, la mujer del caniche, el caniche dando saltitos y mordisqueando su peluche, el chaval del bocadillo, su bici tirada a un lado, los tulipanes, un señor de unos sesenta montando en bici y diciendo "Bonjour!", una chica asiática con un bebé occidental, un abuelete con su caminador, una nena de poco más de un año con otro caminador, unos cuervos peleándose en vuelo, el caniche de la señora de antes desahogándose con el peluche de su ama, el chaval del bocadillo desapareciendo elegantemente con su bici y Jone mirándo todo en silencio. Me he sentido como cuando, de manera un tanto absurda, crees haber descubierto un pequeño tesoro.
Mañana, si el tiempo nos lo permite, volveré. Y lo haré con la cámara para hacer unas cuantas fotos. ¡Palabrita del niño Jesús!