domingo, 12 de febrero de 2012
viernes, 10 de febrero de 2012
¡Cago en la leche!
Venía de comprar cuatro cosas del "coop express" (abierto las 24 horas) cuando, a la altura del videoclub de debajo de casa, me he cruzado con un chico de los oficialmente guapos. Era guapo sí. ¡Pero era un jilipollas! Nos hemos cruzado porque el tipo se ha detenido para mirar una de las carteleras del videoclub mientras hablaba por el manos libres. Yo le he adelantado y él, acto seguido, ha reanudado su marcha a mi lado. ¡Pues bien! En ese momento se me ha roto la bolsa de la compra y he podido comprobar como, nuevamente, en este pueblo no te ayuda NADIE. El tío me ha visto. Ha visto como se me ha caído la compra y ha continuado su camino sin hacer el mínimo gesto de ofrecer ayuda. He recogido mis cosas y, con una fe en Dios inaudita en mí, he deseado que una lluvia de meteoritos le cayera encima sin darle tiempo a colgar el teléfono...¡¡¡Pero Dios no estaba para complacerme y he tenido que regresar a casa cangándome en la leche!!!

En un momento de nada...
Estoy esperando el bus número 10 y hace frío. La nieve ha dado paso al hielo compactado y éste languidece en las zonas menos transitadas de las aceras. En la parada la gente busca un refugio improvisado del frío antes de la llegada del autobús que les lleve a su destino. Llega el bus número 19. No es el mío. La gente se arremolina de tal forma ante las puertas de acceso al bus que, cuando el vehículo se detiene, los que lo abandonan salen como lo haría la sangre por una artería llena de colesterol. Se suceden unos pocos segundos de caos entre los que intentan salir y los que desean entrar hasta que finalmente el bus cierra sus puertas y continúa su ruta. Sigue haciendo frío y me doy cuenta de que a mis espaldas una mujer muy mayor habla sola. Al otro lado de la calle se detiene el bus número 10. Nuevamente observo el episodio de caos arterial. Gente que entra y sale del autobús como lo haría la sangre de un órgano enfermo. Entre la multitud y a lo lejos, un chico se apresura para llegar al autobús. Sortea el hielo con corretear nervioso y zancadas desordenadas. Un estilo a medio camino entre la necesidad imperiosa por llegar al autobús y el miedo a resbalar en la calle y romperse una pierna. Observo la escena y deseo que lo consiga. Lo deseo con todas mis fuerzas. El chico llega al autobús. Puedo ver como acciona varias veces el botón de la puerta. Me digo a mí misma que lo ha conseguido cuando veo que el autobús tiembla y reanuda su marcha dejando al chico en la calle. Pienso por un momento qué poco le habría costado al conductor abrir la puerta y reanudar su marcha un par de segundos más tarde. Sopeso si algo así, varias veces al día, sería tan trágico e irreparable para la puntualidad suiza del transporta urbano. Me digo que no. Que no lo sería...
Unos minutos más tarde una mujer cruza la calle con la compra y una niña de unos cinco años de una mano. La bolsa de la compra se rompe y todo queda por el suelo. La mujer intenta coger como puede sus cosas mientras la luz del semáforo verde empieza a tintinear. Tengo unas cuantas personas delante mío. A menos distancia de lo que yo me encuentro de la mujer. Nadie se acerca a ayudarla. La mujer decide renunciar a parte de su compra cuando decido socorrerla con unas ganas infernales de insultar a todos los que estaban a menor distancia de ella y delante de mí. Me acerco a la mujer y le cojo su lechuga, sus cuatro yogures y un pepino de esos largos que se cultivan en España pero que se comen los alemanes (y los suizos). Le entrego sus cosas mientras le digo, en mi lengua, cómo lamento el comportamiento de la gente. Ella me dice "merci beaucoup" y yo le digo "de nada señora...si es que...¿usted puede creer que NADIE antes haya venido?". En un momento de nada. Llega el bus número 10 y me subo con una especie de pena que no sé bien, bien cómo describir.
Unos minutos más tarde una mujer cruza la calle con la compra y una niña de unos cinco años de una mano. La bolsa de la compra se rompe y todo queda por el suelo. La mujer intenta coger como puede sus cosas mientras la luz del semáforo verde empieza a tintinear. Tengo unas cuantas personas delante mío. A menos distancia de lo que yo me encuentro de la mujer. Nadie se acerca a ayudarla. La mujer decide renunciar a parte de su compra cuando decido socorrerla con unas ganas infernales de insultar a todos los que estaban a menor distancia de ella y delante de mí. Me acerco a la mujer y le cojo su lechuga, sus cuatro yogures y un pepino de esos largos que se cultivan en España pero que se comen los alemanes (y los suizos). Le entrego sus cosas mientras le digo, en mi lengua, cómo lamento el comportamiento de la gente. Ella me dice "merci beaucoup" y yo le digo "de nada señora...si es que...¿usted puede creer que NADIE antes haya venido?". En un momento de nada. Llega el bus número 10 y me subo con una especie de pena que no sé bien, bien cómo describir.
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